🚀 ¿Y si nuestros hijos están creciendo en Marte?
- Azucena LoRi
- 5 ago
- 2 Min. de lectura
Imagina que nace un niño en Marte. Su cuerpo se enfrenta a un entorno sin gravedad, sin oxígeno natural, sin estímulos biológicos adecuados. No es que ese niño esté enfermo, es que el planeta no está diseñado para su fisiología. Con el tiempo, sus músculos se atrofian, su sistema se debilita, su energía se desvanece. Nadie lo golpeó, pero el entorno lo lastima.
Así, dice Jonathan Haidt, están creciendo nuestros hijos. No en un Marte físico, sino en un Marte emocional y social. En un mundo que no respeta los ritmos, los vínculos, los riesgos y las experiencias que la infancia necesita para florecer.
🌌 Infancia sin gravedad, sin cuerpo, sin sincronía
Muchos niños y adolescentes hoy viven una infancia basada en pantallas, likes, contenidos fragmentados y vínculos desincorporados.
Juegan, pero en línea.
Conversan, pero sin mirada.
Se relacionan, pero sin tacto, sin sincronía, sin pausa.
Y todo esto ocurre en el momento más vulnerable del desarrollo cerebral: entre los 9 y los 15 años, cuando el cuerpo y la mente están diseñados para recibir experiencia emocional encarnada, exploración física, errores sociales y contacto real.
Al final, lo que reciben es estimulación artificial, validación visual, aislamiento controlado y presión constante. Un mundo brillante y sin gravedad.
🧠 La atmósfera invisible que erosiona el interior
Este Marte emocional no mata de golpe, desgasta. Desaparecen experiencias clave para formar identidad: el juego compartido, la resolución de conflictos reales, la pertenencia a un grupo tangible. La ansiedad aparece, el autoestima tiembla, la sensación de vacío se instala.
Haidt lo describe con claridad: una infancia sin cuerpo, sin riesgos, sin autonomía progresiva no forma adultos fuertes, forma jóvenes frágiles, inseguros e hipervigilantes.
Y lo más cruel: este dolor no se ve. Se confunde con pereza, con mal carácter, con “drama adolescente” que en el fondo, es una erosión emocional provocada por un entorno que contradice lo que la evolución diseñó para crecer.
🚸 Padres amorosos, pero desorientados
La paradoja es dolorosa. Muchos padres han actuado por amor: protegen, supervisan, enseñan. Sin querer, han borrado el juego libre, han reducido el contacto físico, han cedido espacio a la pantalla.
Hoy, el peligro físico es mínimo, pero el peligro emocional es máximo. Porque el mundo digital ofrece promesas seductoras, pero reemplaza vivencias esenciales. Y los niños, en vez de aprender a caer, se vuelven incapaces de levantarse.
🔥 Volver a encender la atmósfera del crecimiento
La metáfora de Marte no es un castigo, es una alerta luminosa. Nos llama a reconstruir el entorno infantil y adolescente con prácticas que restablezcan la gravedad emocional:
Juego libre, físico, sin supervisión constante.
Vínculos cara a cara, con tiempo y mirada compartida.
Espacios comunitarios donde equivocarse sea permitido y crecer sea inevitable.
Porque el cerebro aún espera esas experiencias. No importa cuántos algoritmos existan: la infancia quiere Tierra. Quiere cuerpo, error, vínculo, pertenencia.
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¿Y si comenzamos a devolver la infancia al planeta donde realmente puede florecer?
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