Empatía y sensibilidad social en tiempos de desconexión
- Azucena LoRi
- 14 oct.
- 4 Min. de lectura
Cuando la atención se dirige hacia el otro, el vínculo se transforma
Una mujer entra a una sala de juntas, está nerviosa, puede notarse en sus manos sudorosas y el temblor de su voz. Es normal, lleva días preparando una propuesta y es un momento muy importante. Comienza a hablar, pero nadie la mira, mientras un colega revisa su celular, otro interrumpe. Ella termina rápido, sin saber si alguien la escuchó. Quizá pienses que porque o hubo gritos, ni burlas, ni rechazo explícito todo está bien, pero hubo algo más sutil y más hiriente: la indiferencia.
La desconexión no siempre se nota. A veces se disfraza de eficiencia, de multitarea, de “no tengo tiempo”. Pero en el fondo, es una forma de decir: “no estás en mi radar”.
Y eso, en una época donde estamos más conectados que nunca, es una paradoja dolorosa.
Te invito a mirar hacia el otro. A entender cómo la atención —cuando se dirige con intención— puede convertirse en empatía, en sensibilidad social, en liderazgo humano.
La empatía no es un sentimiento: es una habilidad
Cuando pensamos en empatía, solemos imaginar a alguien que “siente lo que el otro siente”. Pero la empatía es más compleja. Es una tríada, una combinación de tres habilidades distintas:
Empatía cognitiva: entender la perspectiva del otro.
Empatía emocional: resonar con su estado afectivo.
Preocupación empática: actuar para aliviar su malestar.
Cada una activa circuitos distintos en el cerebro. Y cada una puede entrenarse.
Por ejemplo, un médico puede entender el miedo de su paciente (cognitiva), sentirlo en su cuerpo (emocional), y decidir explicarle con más calma (preocupada).Pero si solo siente sin actuar, o actúa sin comprender, la conexión se debilita.
La empatía completa requiere atención plena.
No solo mirar, sino ver.
No solo oír, sino escuchar.
Tecnología y anestesia emocional
Vivimos rodeados de pantallas, mil mensajes, otras mil notificaciones y otras cuantas videollamadas. Pero ¿cuántas veces sentimos que alguien realmente nos escucha?
La tecnología ha fragmentado la atención. Saltamos de una app a otra, de una conversación a otra, sin profundidad sin darnos cuenta de que esa fragmentación afecta nuestra capacidad de conectar.
Además, en algunos entornos —como hospitales, corporativos o redes sociales— se desarrolla una “anestesia emocional”. Es decir, aprendemos a bloquear lo que sentimos para funcionar. Pero si esa anestesia se vuelve crónica, dejamos de resonar con el otro.
Un líder que no percibe el agotamiento de su equipo. Un docente que no nota la ansiedad de sus estudiantes. Un amigo que responde con emojis pero no con presencia.
La empatía requiere pausa. Requiere atención sostenida. Requiere estar.
Ceguera social y contexto cultural
La sensibilidad social es la capacidad de leer señales no verbales: Gestos, silencios, tonos, miradas. Es lo que nos permite saber si alguien está incómodo, entusiasmado o triste, incluso sin palabras.
Pero no todos la tienen. Algunas personas sufren “ceguera social”: no perciben cómo sus acciones afectan a los demás. Por eso interrumpen sin notar, ignoran sin querer y ofenden sin saber.
Y esto se agrava cuando no se considera el contexto cultural: lo que en una cultura es cortesía, en otra puede ser descortesía. Por ejemplo, en Japón, guardar una tarjeta sin examinarla es ofensivo. En otros lugares, mirar fijamente puede ser invasivo.
La empatía cognitiva nos permite adaptarnos. Nos ayuda a entender que no todos sienten igual, ni comunican igual. Y que para conectar, hay que observar con apertura.
Ejercicios para cultivar la empatía
No necesitas ser terapeuta ni líder para entrenar tu empatía. Solo necesitas atención. Aquí van algunas prácticas sencillas:
Escucha sin interrumpir
Durante una conversación, practica escuchar sin pensar en tu respuesta.
Solo recibe. Solo acompaña.
Observa el lenguaje no verbal
En reuniones o clases, nota quién está inquieto, quién evita la mirada, quién suspira.
Esas señales dicen más que las palabras.
Haz preguntas abiertas
En lugar de “¿estás bien?”, prueba con “¿cómo te sentiste en ese momento?”
Las preguntas abren puertas. Las afirmaciones las cierran.
Practica la pausa emocional
Antes de reaccionar, respira.
Pregúntate: “¿Qué está sintiendo esta persona? ¿Qué necesita?”
La pausa transforma el impulso en cuidado.
Refleja y valida
Cuando alguien comparte algo difícil, evita consejos rápidos.
Di: “Eso suena muy duro” o “Puedo imaginar lo que sentiste”.
Validar es conectar.
Microescenas de empatía cotidiana
Una estudiante llega tarde a clase, el profesor claramente podría marcar la falta, pero nota que está agitada y con los ojos rojos, así que se detiene un momento y se pregunta si necesita hablar. Ella se quiebra, la empatía abrió una puerta que la norma habría cerrado.
Un colega está callado en una reunión. Alguien le pregunta: “¿Tienes algo que quisieras agregar?” Él asiente y comparte una idea brillante que la atención hizo visible.
Una amiga no responde mensajes, en lugar de insistir, alguien le deja una nota: “Estoy aquí si necesitas hablar”. La empatía no presiona, acompaña.
Liderar con humanidad
En tiempos de desconexión, liderar no es solo dirigir, es cuidar, es percibir lo que no se dice, es crear espacios donde las personas se sientan vistas, escuchadas y respetadas.
Un liderazgo humano no se mide por resultados, sino por relaciones. Y esas relaciones se construyen con atención.
La atención hacia el otro es el primer paso hacia la empatía, y vaya que la empatía es el primer paso hacia la transformación.
Lo que atiendes, florece
La empatía no es una virtud abstracta imposible de descifrar y que solo algunos académicos pueden alcanzar y explicar, bajémosla a la realidad; es una práctica diaria. Es elegir mirar, escuchar, sentir y acompañar.
En un mundo que dispersa, la atención hacia el otro es un acto de resistencia.
En un mundo que fragmenta, la empatía es un puente.
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Porque lo que atiendes, florece. Y lo que florece, transforma.
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