🐺 Lo que nos rompe también nos revela
- Azucena LoRi
- 14 oct
- 3 Min. de lectura
¿Y si tu fragilidad fuera una forma de sabiduría?
Hay momentos en los que no puedes sostener la máscara y el propio cuerpo se quiebra, la voz se apaga, y el alma parece hecha de hilos sueltos que no puedes reunir por más que lo intentes. No sabes cómo llegaste ahí, pero ahí es donde estás. En medio de una noche emocional, en un silencio que nadie ve y un duelo que nadie nombra.
Déjame decirte algo, no estás roto, estás revelado. Sí, revelado, algo así como las fotografías,
La oscuridad no siempre es enemiga
Nos enseñaron a temer la vulnerabilidad, a esconder el llanto, a maquillar el cansancio y a disfrazar el miedo. Básicamente aprendimos que un superhumano era el estándar y cualquier cosa debajo de eso no valía la pena. Pero hay una sabiduría que solo aparece cuando dejamos de resistir y nos permitimos estar en la grieta. Cuando dejamos de huir de lo que duele y lo escuchamos.
La oscuridad no siempre quiere destruirnos. A veces solo quiere que la escuchemos.
Las hambres que no se ven
Hay hambres sin nombre. Hambre de pertenencia, de contacto, de reconocimiento. Hambre de descanso, de ternura, de verdad. Cuando no atendemos esas hambres, se disfrazan y se vuelven consumo, ansiedad, aislamiento, deuda, rabia. Lo que pudo haberse llenado con una muestra de cariño se convirtió en una inseguridad y luego, en un problema.
Reconocer nuestras hambres es el primer acto de compasión.
No para resolverlas de inmediato, sino para dejar de ignorarlas.
El duelo invisible
No todos los duelos vienen por muerte. A son cambios, como un desplazamiento, una pérdida silenciosa. Cuando te mudas, te alejas de alguien, dejas un trabajo o pierdes una versión de ti mismo, también hay duelo.
El problema es que no tenemos un ritual para todas esas cosas, entonces el duelo se vuelve fantasma, y creemos que quizá el cambio no vale un dolor que ya estamos sintiendo.
Pero los fantasmas también necesitan ser escuchados. Y el duelo, aunque no se vea, merece ser habitado.
La historia que no se cuenta
Imagina a alguien que ha perdido su lugar en el mundo. No por tragedia, sino por desplazamiento. Por un cambio que nadie consideró grave, pero que lo dejó sin raíces. Esa persona empieza a crear algo: arte, palabras, gestos. No para mostrar, sino para sostenerse.
Esa creación no es una solución. Es una forma de decir: sigo aquí, aunque nadie lo note. Porque lo más importante es que yo me dé cuenta de ello.
La compasión como presagio
A veces, cuando vemos a alguien en crisis, podemos caer en el error de juzgar. Pensamos que exagera, que debería “salir adelante”, que está fallando. Pero la vulnerabilidad ajena puede ser un espejo y una advertencia. Un presagio de lo que aún no nos ha tocado.
Mirar con compasión no es indulgencia. Es sabiduría anticipada.
No hablamos de un “trata al otro como te gustaría ser tratado”, sino de algo más simple, aunque dejado de lado. La forma en que tratas a los otros en sus crisis es un reflejo de cómo tratas tus propias crisis, y eso no solo le grita al mundo la dureza o compasión con la que te tratas, te está avisando de qué forma te harás vivir a ti mismo en el invierno.
¿Y si aprendemos a nadar en la oscuridad?
No se trata de eliminar lo que duele. Se trata de aprender a estar ahí sin hundirse, puedes mojar tus pies en la orilla del agua sin necesidad de ahogarte en ella, Se trata de reconocer que la oscuridad tiene ritmo, tiene lenguaje, tiene ciclos. Que podemos movernos dentro de ella sin perder la luz.
¿Cómo saber si estás habitando tu vulnerabilidad?
No hay fórmula. Pero puedes preguntarte:
¿Estoy reconociendo lo que me duele sin disfrazarlo?
¿Estoy permitiéndome sentir sin exigirme resolver?
¿Estoy compartiendo mi proceso con alguien que no me juzga?
¿Estoy dejando que mi fragilidad me enseñe algo?
Si la respuesta es sí, entonces no estás cayendo. Estás aprendiendo a nadar.
La vulnerabilidad como puente
Cuando nos permitimos estar en lo que duele, algo cambia. Nos volvemos más humanos. Más atentos. Más capaces de acompañar a otros sin querer arreglarlos. Nuestras propias grietas nos enseñan a mirar las ajenas con ternura.
Y eso, en un mundo que exige perfección, es revolucionario.
"Invernando": El Arte de Florecer en Tiempos Difíciles
Si estás atravesando un momento de oscuridad, este curso puede acompañarte: "Invernando": El Arte de Florecer en Tiempos Difíciles. No te pedirá que lo superes, sino que te ofrecerá lenguaje, estructura y compañía para habitarlo con dignidad.
En lugar de intentar eliminar la oscuridad ¿por qué no aprender a nadar en ella?
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