🔒 Tu casa no tiene barrotes, tu cuerpo sí
- Azucena LoRi
- 5 ago
- 3 Min. de lectura
No estamos atados. No estamos encerrados. Pero ¿y si sí lo estamos sin darnos cuenta?
Piensa en esto: ¿cuántas veces al día tu cuerpo realmente tiene que esforzarse? Subir escaleras, cargar algo pesado, sentarte en el piso, agacharte profundamente ¿O lo resuelves todo con sillas, automóviles, carritos y pantallas?
Hoy, el entorno que nos rodea nos ofrece todo excepto la necesidad de movernos.
Y eso, aunque parezca comodidad, se convierte en cautiverio mecánico.
🧭 El mapa invisible de nuestras inmovilidades
Podemos pensar que la falta de ejercicio es el único problema, pero el cuerpo no solo sufre por inactividad total, lo que realmente lo limita es la reducción de la variedad de movimiento. Katy Bowman lo llama “hambre de carga”: nuestras células están diseñadas para recibir una amplia gama de fuerzas, posturas y gestos y no las están recibiendo.
Observa tu día:
Te levantas, te sientas a desayunar.
Conduces o te trasladas sin caminar.
Trabajas en una pantalla sin cambiar de postura por horas.
Llegas a casa y te sientas a cenar y a descansar otra vez sentado.
Puede que camines algo. Puede que hagas ejercicio tres veces por semana. Pero en el resto del tiempo, tu cuerpo se enfrenta a un entorno que no lo reta, no lo sorprende, no lo estimula.
🐋 ¿Una orca en casa?
¿Has escuchado hablar de la orca en cautiverio? En la naturaleza, este animal nada kilómetros cada día. Pero en un acuario, gira en círculos en una piscina. Su aleta dorsal colapsa, no por enfermedad genética, sino por falta de fuerzas que la mantengan erguida.
No está rota. Solo está adaptada a un entorno pobre.
Así también nuestros cuerpos se deforman, se tensan, se debilitan no por falla interna, sino porque los espacios que habitamos no están diseñados para nuestra biología. Somos orcas en apartamentos.
Humanos en ambientes que premian la quietud y castigan el esfuerzo.
🔄 No es la genética. Es el entorno.
Durante años hemos atribuido muchas dolencias: problemas circulatorios, digestivos, metabólicos a la edad, los genes o el estrés, pero ahora sabemos algo crucial: nuestro cuerpo responde al entorno físico como un organismo vivo, no como una máquina rota.
Cada postura repetida, cada gesto evitado, cada carga ausente cuenta, se acumula y se convierte en la forma que tu cuerpo adopta por defecto.
Y esa forma puede cambiar.
💡 La llave está en rediseñar tu día
No se trata de mudarte a una montaña ni de convertir tu casa en un gimnasio. Se trata de pequeñas decisiones que reabren las puertas al movimiento natural:
Sentarte en el piso mientras lees o ves televisión.
Cargar tus bolsas en vez de usar carrito.
Caminar descalzo por casa o por césped.
Usar escaleras siempre que puedas.
Cambiar de postura cada 20 minutos.
Pequeños gestos. Grandes aperturas. Como aflojar un candado que estaba apretado sin saberlo.
✨ Inspiración para el cambio
Tu casa puede seguir siendo la misma. Tu trabajo también. Pero tú puedes empezar a rediseñar cómo lo habitas. No esperes a que el cuerpo duela para reaccionar, comienza por ofrecerle diversidad, frecuencia y atención., porque si el entorno lo moldeó, también puede liberarlo.
📣 ¿Te gustaría aprender a diseñar un entorno que despierte tu cuerpo?
Te invito al curso “Mueve tu ADN: La mecánica cotidiana de estar vivo”, donde exploramos cómo convertir cada espacio (la casa, la oficina, la calle) en un aliado para tu salud. Rediseñar tu entorno es rediseñar tu biología.
¿Te animas a hacerlo diferente esta vez?
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